BRAZALETE. CAPITANES LEGENDARIOS DEL VALENCIA C.F.

BRAZALETE. CAPITANES LEGENDARIOS DEL VALENCIA C.F.

Editorial:
VINATEA
Año de edición:
Materia
FÚTBOL ESPAÑOL: HISTORIA, BIOGRAFÍAS
ISBN:
978-84-122912-8-5
Páginas:
506
20,00 €
IVA incluido



En este volumen queremos relatar la memoria de los grandes capitanes de la historia del Valencia, llevaran o no brazalete. Hemos querido comenzar desde los inicios de la institución, poniendo el foco sobre Eduardo Cubells (aunque el primer capitán real de la entidad fue Llovet). Cubells no tuvo nunca oportunidad de lucir ningún brazalete de capitanía, no se estilaba aún en sus tiempos, pero sin embargo, en 1923 se convirtió en el abanderado del club, algo, sin duda, mucho más significativo que un distintivo de tela anudado al brazo.

Pasarín y Cirilo Amorós tampoco lucieron nunca brazalete alguno. Sin embargo, su acto de rebeldía ante la injusticia en Chamartín es, sin lugar duda, un acto de legítima capitanía.

Tras la Guerra Civil, la capitanía en Mestalla aparece perfectamente definida en la figura de Juan Ramón (aunque, como se especifica en el capítulo final de este libro, Carlos Iturraspe también ejerció de manera auténtica esa función). Juan Ramón es, de manera indiscutible, el “Gran Capitán” de su época y seguramente uno de los más grandes de nuestra historia.

En estos tiempos aparece un criterio de selección de relatos que conviene apuntar: el acto protocolario de levantar trofeo. Es por ello que Mundo o Asensi tienen, con todo derecho, su memoria en este volumen. También hemos querido destacar la figura de Amadeo Ibáñez, jugador que ejerce su capitanía encubierta como un servicio pleno y sacrificado al club. Es Amadeo quien ordena al chófer detener el autobús al entrar en tierras valencianas por Contreras con aquella primera copa y es Amadeo, jugador legendario, quien se ofrece para ser el ¡portero suplente! por necesidades del equipo en la final de la Copa Eva Duarte (en la que, por cierto, recibe el trofeo su compañero Asensi).

Aunque Bernardino Pasieguito ejerció el acto protocolario de sorteo de campos e intercambio de banderines en numerosas ocasiones, no tuvo el honor (que sin duda merecía) de alzar trofeo alguno con el murciélago en el pecho. En aquella copa del 54, el dignísimo capitán fue el bravo Monzó. Aquel Valencia tenía un santo y seña evidente, dupla de Pasieguito en el centro del campo y jugador de talla internacional que, sin embargo, nunca ejerció una capitanía real más que en algún acto protocolario aislado y, naturalmente, en sus magníficas paellas con sus compañeros en su Sueca natal. Nos referimos, naturalmente, a Antonio Puchades.

Con la llegada del brazalete, la capitanía se hace evidente y material. Fueron grandes capitanes que alzaron trofeo como tales y grandes capitanes que acompañaron las vueltas de honor exultantes de felicidad, como es el caso de Manolo Mestre o de Mario Alberto Kempes.

Hemos introducido, también, un capítulo especial en honor de una generación de grandes capitanes (Fernando, Giner y Lubo Penev), que no gozaron de estos privilegios triunfales. Es de justicia recordar que, pese a no alcanzar la esquiva victoria final, el triunfo material es efímero, pero la memoria de sus actos permanece más allá de estas eventualidades y no hay agua que pueda arrastrarla al río del olvido.

Y así llegamos, con estos nombres revestidos de eternidad hasta nuestros días, con un relato ya más que centenario que aún continúa en proceso de escritura.

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